Verbena: Fiesta popular con baile que se celebra por la noche, al aire libre y, normalmente, con motivo de alguna festividad.
El miércoles 14, en la previa del feriado de San Isidro (día oficial del festejo), pensé: “Cómo voy a ser tan leso de perdérmelo si todo Madrid gira en torno a esto”. Decidí que partiría por la pradera de San Isidro, uno de los lugares oficiales de la festividad, donde habrían conciertos y actividades y qué sabré yo qué más. Le escribí a mi amiga Marta y resultó que también iba a estar ahí. Buenísimo.
Seguí su ubicación precisa por Whatsapp y la encontré, justo frente al escenario escuchando una banda funk que nos hizo bailar de entrada, con cervecita en mano. Ella, sus amigas, su novio, yo. Pensé que la banda que tocaba era chilena (nada, pero nada que ver).
Para llegar a ella tuve que bajarme del metro en la estación de la línea cinco Urgel, caminar por calles siguiendo a la gente, entrar al parque pasando por una feria de juegos infantiles y no tan infantiles, puestos de comida, y personas alrededor de más personas o haciendo fila para subirse a su juego favorito. Después, seguir un camino dentro del parque, atravesar un puente, subir la cuesta, pasar entremedio de personas instaladas en el pasto, llegar al escenario y encontrar a Marta. Logrado, y por supuesto que un abrazo de rigor. Alrededor de ella, más gente (no tanta, espacio para estar y respirar y estirarse había de sobra), y carpas con puestos de comida, de cerveza, de sangría, de lo que se te ocurra.
Un dato que me compartió Marta: las carpas tenían nombre (por supuesto). Por nuestra izquierda, los puestos que pasábamos eran de partidos políticos que se instalan todos los años en cada verbena. No es casualidad, por eso, ver uno más lleno que otro. Acercarse y elegir ese puesto por sobre el resto es una decisión política.
La noche la disfrutamos. Entre un concierto y otro nos instalamos a comer interiores de cordero, entresijos y gallinejas, mientras veíamos la lluvia caer afuera. También fuimos al baño (buen número de cubículos, sin mucho tiempo de espera), y rellenamos las cervezas en nuestros vasos reutilizables de casi un litro. Y a seguir, ahora escuchando una DJ que ponía música de todo tipo, bailable, disfrutable. La cantidad de gente, por lo demás, aumentó considerablemente y el espacio para moverse fue harto menor.
Pero bueno, ahí no terminó. Hubo un poco más de San Isidro, distinto, de día. El jueves me levanté (a las dos, tres), con un mensaje de que necesitaban ayuda en la librería solidaria en la que participo para un mercadillo, una feria en un colegio, a las cinco y cerca de mi casa. Me inscribí. Almorcé el risotto de champiñones que me quedaba del otro día, y salí no más. A ver de qué se trataba.
Era la verbena del colegio Claret, que lleva cuarenta años organizándose. Era la celebración de San Isidro que se hace en el colegio todos los años. Era una fiesta de una semana con música, comida, concursos, juegos y desde este año con stands de ONG. Si hasta una discoteca para peques - la sensación del lugar - y un castillo inflable con salvavidas propio tenían. Magno evento, dicho de otro modo.
Me recibió Cristina que estaba desde las dos vendiendo libros. No eran muchas instrucciones, solo anotar la cantidad de libros vendidos y el monto total (multiplicar por tres la cantidad). Todo en efectivo. Y por supuesto las cosas más elementales de las ferias como contar un poco del proyecto a quien se acerque y reponer en la mesa cuando se vende un libro. Menos mal todo estaba bajo techo o encarpado, otro chaparrón de lluvia cayó de lo lindo poco antes de las cinco.
Cristina estudió en ese colegio y el papá de Cristina también estudió en ese colegio. El papá de Cristina ya participaba de las verbenas. Cristina ahora estudia farmacia, lee por recomendación y su turno en la librería de Prosperidad es los lunes por la tarde. Luego llegó Marta. Marta es jubilada, y ha sido librera toda su vida. Se especializó en libros de arquitectura y arte, y aprovechó de recomendarme algunas librerías. Marta no va a la librería, su turno solidario lo hace en el almacén, donde se reciben todas las donaciones grandes. Marta hojea, categoriza y digitaliza libros todas las mañanas de los martes. Marta dejó de trabajar de librera pero no puede despegarse de los libros.
Así pasaron las tres horitas. Vendiendo, conversando, ordenando, abrigando y desabrigándonos a merced del sol y las nubes. Observando también lo que pasaba. Allá lejos, en el piso de abajo, en una cancha de fútbol se desarrollaba un torneo de fútbol cuyos participantes fueron aumentando en edad hasta llegar al punto de ser protagonizado por equipos de ex alumnos con un público considerable buscando un espacio para no perderse el partido. Un poco más acá, al frente, se instalaba el grupo de música encargado de animar el ambiente. A la derecha, justo al lado nuestro tenía su espacio otra ONG, que buscaba fondos para construir un orfanato en Uganda (creo que era Uganda) y vendía objetos y pulseras y telas con motivos Africanos. La directora, quien empezó la fundación después de un viaje al país, también era ex alumna del colegio. Y a la izquierda, un espacio donde vendían ropa usada, por supuesto, también solidario.
El resto de la información fue llegando de a poco. Era la primera vez que la librería se instalaba en la verbena, y por lo que creo fue más un éxito que un fracaso. Los días siguientes, viernes sábado y domingo, vendrían nuevas ONG, una por día, para generar rotación y darle la oportunidad a otras. Era el segundo año del ropero solidario. Era, de nuevo, el gran evento del colegio.
Si me quedo con una conclusión es la siguiente: qué agrado ver tanta gente, adultos y niños, acercarse a los libros y aprovechar de llevarse uno que otro, sin importar si está nuevo, usado, casi nuevo. Siempre en buen estado, claro. O dicho de otra manera, me está sorprendiendo la cultura de los libros antiguos a precios accesibles (o gratis). Cómo se mueven y cómo sirven para fomentar la lectura.
Vuelvo a la imagen que tuve al inicio, a la entrada del colegio, recién llegando: un niño sentado leyendo, apoyado en los zapatos de una niña sentada leyendo, apoyada en los zapatos de la que supongo sería su madre.
Bueno, ya sé más o menos de qué va San Isidro. Muchos claveles, muchas boinas y camisas de cuadrillé, muchas faldas largas rojas o blancas. Una festividad que se vive a tope en Madrid.
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